En los últimos años, he observado con interés cómo las criptomonedas han dejado de ser un tema exclusivo de especialistas tecnológicos o inversionistas sofisticados, para convertirse en una conversación cotidiana entre jóvenes, emprendedores y ciudadanos que buscan nuevas formas de administrar su dinero.
Este fenómeno no es casualidad; ya que representa una oportunidad real para ampliar la inclusión y el empoderamiento financiero en sectores históricamente marginados del sistema bancario tradicional.
En México —y en buena parte de América Latina— aún existen brechas profundas en materia de acceso a servicios financieros.
Según datos de la Comisión Nacional Bancaria y de Valores (CNBV), cerca del 40% de los adultos no cuenta con una cuenta bancaria formal; sin embargo, una proporción creciente de estas personas sí dispone de un teléfono inteligente y conexión a internet.
Este simple hecho reconfigura las posibilidades, toda vez que, a través de la tecnología Blockchain y las billeteras digitales, los criptoactivos pueden llegar a comunidades rurales, a jóvenes sin historial crediticio y a microemprendedores que buscan participar en la economía digital sin las barreras tradicionales.
Existen casos en los que pequeños comerciantes comienzan a aceptar pagos en criptomonedas estables —como USDT o USDC— para reducir la exposición a la volatilidad y sortear la falta de infraestructura bancaria local.
También existen proyectos de remesas basados en Blockchain que permiten a migrantes enviar dinero a sus familias con menores comisiones y tiempos de espera, generando un impacto económico tangible en regiones marginadas.
No obstante, no debemos idealizar este proceso; puesto que, la inclusión digital a través de los criptoactivos enfrenta tres grandes desafíos: el conocimiento, el acceso tecnológico y la confianza.
Primero, es necesario fortalecer la educación financiera y digital; entendiendo qué es una billetera, cómo resguardar claves privadas o identificar riesgos de fraude es tan importante como comprender cómo funciona una cuenta bancaria.
Segundo, la brecha tecnológica sigue siendo un obstáculo; ya que, sin conectividad, dispositivos adecuados o herramientas adaptadas a cada contexto, la adopción será limitada.
Y tercero, la confianza —quizás el elemento más complejo— requiere transparencia, regulación adecuada y coordinación institucional entre Banxico, CNBV, SAT y la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF).
Creo que el potencial de las criptomonedas no radica solo en su valor de mercado, sino en su capacidad para democratizar el acceso a herramientas financieras.
Si se impulsa con una visión responsable, ética y educativa, la economía digital puede convertirse en un verdadero vehículo de inclusión y empoderamiento financiero para millones de personas que, hasta ahora, han permanecido fuera del sistema.