Como especialista en finanzas digitales, he tenido la oportunidad de observar de cerca cómo la tecnología está transformando la manera en que las personas acceden a servicios financieros; sin embargo, una realidad que sigue siendo evidente son las brechas de género en materia de inclusión financiera.
Aunque el mundo está avanzando hacia la digitalización, muchas mujeres todavía enfrentan barreras que limitan su acceso a cuentas bancarias, créditos, seguros y herramientas de inversión.
La disparidad existente en América Latina y en México no se debe únicamente a cuestiones de educación financiera, sino también a factores culturales, sociales y económicos que históricamente han limitado la participación de las mujeres en la economía formal.
Es fascinante y preocupante a la vez ver cómo la tecnología puede ser un puente, pero aún necesita ser diseñada de manera inclusiva para que todas las personas puedan cruzarlo.
Desde mi perspectiva, uno de los retos principales es que muchas plataformas digitales financieras no consideran las necesidades específicas de las mujeres.
Por ejemplo, la manera en que se estructuran los productos de crédito o ahorro muchas veces requiere garantías o historial crediticio que, debido a desigualdades previas, muchas mujeres no poseen.
¿Qué se hace para disminuir las brechas de género?
Además, la educación financiera digital todavía no llega de manera equitativa, lo que genera un círculo donde la falta de información limita el uso de herramientas digitales, y la falta de uso perpetúa la exclusión, lo que por ende genera esas brechas de género.
Afortunadamente, se están tomando medidas para acortar esta brecha. Organizaciones internacionales y Fintech locales están desarrollando programas de educación financiera específicamente dirigidos a mujeres, promoviendo productos adaptados a sus necesidades y generando espacios de mentoría para emprendedoras.
En ese sentido, algunas aplicaciones de banca digital ahora permiten abrir cuentas con requisitos mínimos y ofrecen tutoriales claros sobre cómo administrar finanzas personales y acceder a microcréditos.
Dichas iniciativas muestran que, con diseño intencional y enfoque inclusivo, es posible reducir las brechas de género en la práctica financiera digital.
Lo que me emociona como profesional es ver que la inclusión financiera no es solo un tema de justicia social, sino también de desarrollo económico, porque cuando las mujeres tienen acceso a herramientas financieras, no solo mejoran su bienestar personal, sino que contribuyen al crecimiento de sus comunidades y economías locales.
Creo firmemente que la tecnología tiene un potencial enorme para democratizar el acceso a los servicios financieros, pero debemos seguir trabajando para que nadie quede atrás.
En definitiva, las brechas de género en inclusión financiera siguen siendo un desafío real, pero la combinación de innovación tecnológica, educación dirigida y políticas inclusivas puede cambiar el panorama.